De lobos feroces y violencia sexual ¿también en ligas deportivas?

 

Giovanni Cano Bedoya @lgcb1974

Por. Giovanni Cano Bedoya

Durante las últimas semanas ha cobrado especial relevancia el tema de violencia sexual dirigidas a mujeres, niños y niñas desde diversos lugares y contextos. Lo que arrancó hace unos meses con las denuncias contra el productor de cine Harvey Weinstein y el movimiento #MeToo, pasando por la denuncia de la periodista Claudia Morales quien reconoció haber sido víctima de agresión sexual, se suman dos aberrantes casos, no sólo por la magnitud del daño sino también por la demora de las instituciones en la judicialización y castigo de los agresores.

Por un lado, se encuentra el caso de Larry Nassar, exmédico del equipo olímpico de gimnasia de Estados Unidos, condenado a más de 200 años de prisión por haber agredido a más de 160 mujeres durante varias décadas y por posesión de pornografía infantil, y por el otro, está el colombiano Juan Carlos Sánchez Latorre, conocido por los medios como el “Lobo Feroz”, quien fue capturado en Venezuela por abuso sexual a más de 270 niños (se sospecha que fueron cerca de 500 menores de edad) y pornografía infantil.

Los casos de Weinstein, Nassar y Sánchez Latorre tienen varios aspectos en común: se encontraban en posiciones de poder con relación a sus víctimas, ya sea por cuestiones laborales (Weinstein), su rol (Nassar) o capacidad de engaño o manipulación (Sánchez). De igual forma ejercieron sus abusos durante décadas, ante el desconocimiento de unos y el silencio de otros, y por diversas razones, las víctimas callaron durante años. Al caso de Sánchez Latorre se suma que estuvo capturado en 2008 por estos hechos, pero fue puesto en libertad por vencimiento de términos, lo que ejemplifica los altísimos niveles de impunidad e inoperancia de la justicia colombiana frente este tipo de casos.

Es común considerar que los casos aquí expuestos se relacionan con profundos y graves síntomas asociados a patologías mentales, pero lo cierto del caso es que la mayoría de los agresores no son personas enfermas (considerarlos como tales sería justificarlos de alguna forma). Está más que comprobado que quienes cometen agresiones sexuales (ya sea a una o múltiples personas) están sumidos en lógicas abusivas de poder, que desembocan en creencias y supuestos relacionados con considerar a los demás como objetos al servicio de sus intereses y deseos. Mujeres, niños y niñas son precisamente los grupos más vulnerables frente a estas lógicas abusivas de poder

En el último año, de acuerdo con cifras del ICBF, se solicitaron más de 11,000 medidas de protección a niños y niñas por violencia sexual, lo que da un promedio de 30 casos diarios aproximadamente, y estos sólo son los conocidos por las instituciones de forma tal que no existe claridad sobre la magnitud de los casos que no son reportados.

El caso de Nassar es de especial interés para Semilleros Deportivos ya que el coto de caza de este depredador estuvo directamente relacionado con los procesos deportivos. Esta situación no debe ser ajena a quienes conforman las ligas, escuelas y clubes de las distintas disciplinas. Es un llamado para que se haga una revisión de los procesos de cuidado y protección de menores de edad en la formación deportiva, que se establezcan protocolos para la detección de posibles casos de maltrato o abuso, la activación de rutas de restablecimiento de derechos desde las instancias deportivas y la generación de espacios para escuchar las voces de los niños y las niñas, en la construcción de un ambiente de confianza para poder revelar estas situaciones.

Asumir que el caso de Nassar es aislado y atípico, es replicar una de las creencias que contribuyen a perpetuar la violencia sexual: que eso no ocurre aquí, que eso no ocurre en nuestros contextos, que eso les pasa a otros. No se habla de iniciar cacerías de brujas en estos entornos sino de propiciar diálogos y debates necesarios con formadores, familias y menores de edad a fin de prevenir, detectar oportunamente y contribuir a generar climas de confianza necesarios y saludables para el desarrollo integral de quienes se están formando.

La formación deportiva de niños y niñas no se encuentra aislada de un interés superior: la protección integral y la garantía de derechos de los menores de edad, y es responsabilidad de todos y todas velar porque dicho interés se materialice y proteja. Finalmente, con 11,000 casos de abuso sexual identificados y muchos más que no llegan a ser denunciados, siempre es saludable sospechar que hay “lobos feroces” que rondan por todos lados, incluso por la más cercanas ligas deportivas.

«Unidos somos más. Más deporte, más región»

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1 respuesta

  1. 18 de abril de 2018

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