No es cuestión de reglamento, es cuestión de empatía

Foto/ Dimayor

Mucho se ha hablado en los últimos días sobre lo sucedido el domingo anterior cuando Águilas Doradas tuvo que jugar su partido ante Boyacá Chicó con solo siete jugadores por cuenta de un contagio masivo de la covid-19 en su plantilla.

Foto / Suministrada / Mauricio en Radio Zónica en Buenos Aires.

Y no es para menos. Lo acontecido en Rionegro le dio la vuelta al mundo como un hecho sin precedentes en la historia de nuestro futbol; equiparado, quizás, con otros acontecimientos sui géneris como la cancelación del campeonato en 1989, a raíz del asesinato del árbitro Álvaro Ortega, o la transmisión por televisión del partido Millonarios vs Unión Magdalena (por orden del Gobierno Nacional), durante plena toma del Palacio de Justicia en 1985.

Sin embargo, el contexto bajo el que se desarrolló el juego entre Águilas y Chicó debe trascender más allá del escándalo y del evento mediático en sí, debe llamar a la reflexión sobre las normas y su aplicación por encima de principios tan elementales como la solidaridad, la empatía y el juego limpio, éste último entendido como precepto universal de cualquier competición deportiva.

A mi juicio, el debate no debe darse desde lo reglamentario, sino desde la ética y la moral. Está claro que en medio de la contingencia por la covid-19, los clubes afiliados a la Dimayor (entre ellos Águilas Doradas), aprobaron que un equipo diezmado por contagios masivos debería afrontar su partido mínimo con siete jugadores. Es decir, el reglamento legitima lo sucedido, pero lo que no puede hacer, de ninguna manera, es legitimar la desigualdad de condiciones entre los pares, desestimando las causas de fuerza mayor presentadas en este caso por Águilas Doradas como tener 14 deportistas con coronavirus y varios más lesionados.

A lo anterior, hay que sumarle el inminente interés de Chicó por sacar ventaja de la situación, teniendo en cuenta la necesidad de una victoria para seguir en la lucha codo a codo con Deportivo Pereira por no descender. De ahí el conflicto de intereses, la lucha de poderes, la competencia de egos, además de las posiciones a conveniencia por parte de unos y otros.

Un escenario que bien vale la pena plantearse es el siguiente: si la situación fuera al contrario, es decir, si Chicó fuera el obligado a jugar con siete jugadores, con la necesidad de ganar para no descender, ¿se hubiera sometido en silencio al reglamento? ¿Águilas se hubiera solidarizado con su rival? Creo que todos estamos seguros que no, sobre todo cuando existen de por medio dirigentes como Eduardo Pimentel y José Fernando Salazar.

Si seguimos esa lógica, la conclusión es clara: si el reglamento me favorece y juega en contra del otro, guardo silencio; pero si es al contrario, protesto. Es ahí cuando digo que el debate no puede quedarse en lo reglamentario y necesariamente hay que darle lugar a la solidaridad y la empatía. Empatía es justamente eso, ponerse en el lugar del otro y entender la situación del otro. Pero claro, cada quien defiende sus propios intereses, por eso el silencio de los demás equipos, como quien dice: “yo no me meto”, “es problema de ellos”, ‘no es conmigo’.

Claramente estamos ante grandes vacíos normativos y directivos que ni siquiera se dan cuenta de lo que aprueban en las asambleas. Es una pena, pero en el balompié colombiano pesan más los intereses particulares de sus dirigentes y el negocio del fútbol como tal, que los mismos principios y valores bajo los que se debería regir una sana competencia.

No se trata de desconocer el fútbol como industria, de ninguna manera, pero tampoco se trata de acabar con el espíritu deportivo de un espectáculo en el que siempre debe prevalecer el juego limpio.

¿Servirá todo esto para algo, o por el contrario terminará siendo un hecho anecdótico más en la historia de nuestro fútbol? Con el tiempo lo sabremos.

“Unidos somos más. Más deportes más región”

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