La lucha implícita del fútbol femenino
El próximo lunes comenzará en Bogotá la fase final del Campeonato Nacional Femenino de fútbol en la categoría Sub-13 con la participación de la Selección Risaralda. Qué mejor excusa para hacerle, desde esta ventana de opinión, un reconocimiento al proceso que se ha realizado en el departamento con el fútbol femenino.
En principio es importante darle una mirada holística al fútbol practicado por mujeres. Hablar de fútbol femenino es hablar implícitamente de la palabra lucha, no solo por lo que ésta representa en su sentido de competencia deportiva, sino en las disputas propias que el género da en medio de un deporte percibido como exclusivo para hombres. Basta con mirar las pobres condiciones en las que se realiza el Campeonato Profesional Femenino en Colombia para entender las grandes diferencias con el balompié masculino. Desde su etapa de formación, una futbolista comienza una verdadera batalla contra la corriente.
Este 2021, como los años anteriores, no ha sido el mejor para el fútbol femenino en Colombia. La Liga Profesional sigue en pañales y aún quedan vestigios del fracaso que representó el haber perdido con Australia y Nueva Zelanda la carrera por la sede del Mundial Femenino porque simplemente el país no estaba en capacidad de realizarlo.
Y mientras en el profesionalismo la Dimayor se da el lujo de despreciar $1.500 millones de pesos del apoyo económico brindado por el Ministerio del Deporte, en el fútbol aficionado se sigue apelando a la ponchera y las empanadas para generar cualquier recurso y así mantener las selecciones departamentales en competencia.
Queda claro, entonces, que la lucha que se da en Risaralda por consolidar un proyecto de fútbol femenino es la misma que se da en el resto del país, incluyendo, por supuesto, a Caldas y Quindío.
Bajo ese contexto, resulta complejo entender cómo un departamento tan pequeño como el nuestro ha alcanzado un rol protagónico en el ámbito nacional. Los títulos alcanzados recientemente en varias categorías del Babyfútbol, las copas levantadas en diversos torneos invitacionales, la recurrente convocatoria de nuestras jugadoras a las selecciones Colombia, así como la presencia en la Final Nacional Sub-13, son el reflejo de que algo bueno se está haciendo.
Son varios los aspectos que han jugado un papel preponderante en la consolidación del fútbol femenino: no se puede desconocer el apoyo otorgado por la liga risaraldense, la incondicionalidad de los padres de familia que cada vez se involucran más en los procesos deportivos de sus hijas, el talento y disciplina de las jugadoras y, principalmente, la entrega y profesionalismo de los entrenadores que han sido claves en el salto de calidad.
En el caso concreto de la categoría Sub-13 que se alista para enfrentar a Bogotá, Tolima, Antioquia, Santander y Valle en la Final Nacional, es imposible no dedicarle un capítulo aparte a sus dos entrenadores, Carlos Ariel Osorio y José Eduardo Garzón.
Osorio es un exitoso técnico que con el Club Atlético Dosquebradas ha liderado procesos serios que han sido apoyados decididamente en el municipio industrial, mientras que Garzón es un experimentado profesional que ha sembrado semilla desde hace muchos años en Pereira a través de su club JEGA.
Ambos se han consolidado en los últimos años como referentes de la dirección técnica del fútbol femenino en la región, por lo que la selección Risaralda no podía privarse de contar con ellos. Su formación, experiencia y capacidad de trabajo están puestas al servicio del fútbol risaraldense, incluso por encima de las diferencias personales que, según entiendo, tuvieron en algún momento.
Ambos entrenadores lideran un proyecto que lógicamente no tiene garantizado el éxito, pero del que sí estoy seguro están más cerca de lograrlo gracias a su trabajo y el talento de sus jugadoras.
Mientras ellos siguen haciendo su parte, el fútbol femenino, en líneas generales, el de aquí y el de allá, sigue dando su lucha en procura de alcanzar algún día reconocimiento y respeto.